¿Hoy es ese día? La cena de empresa de Navidad. No, gracias
Hoy es ese día. La cena de empresa de Navidad. Ese evento que, en teoría, debería ser una celebración, pero que en la práctica es una trampa. Porque, seamos sinceras, estas cosas son como jugar al blackjack en un casino: las cartas no están a tu favor, y lo mejor que puedes esperar es salir igual que entraste. Pero lo más probable es que termines perdiendo.
Lo primero que llama la atención es lo mucho que la gente se la flipa para intentar formar parte del rebaño. De repente, ves a compañeros que normalmente pasan desapercibidos transformarse en auténticos estrategas sociales, eligiendo cuidadosamente dónde sentarse o a quién dirigir sus risitas. El postureo se eleva a niveles olímpicos: ropa que jamás llevarían en su día a día, frases forzadas como “espero que el próximo año sea aún mejor” y una necesidad insana de aparentar que aquí todos somos una familia. Spoiler: no lo somos.
El menú, como era de esperar, tampoco ayuda. "Cena especial", dicen. Especial sería estar en mi casa, con una pizza bien hecha, una peli de Netflix y mis gatos. Aquí, lo que me espera es un menú prefabricado que intenta ser sofisticado pero que solo consigue recordarme que podría haber pedido mi pizza favorita sin tener que escuchar a alguien de la oficina hablando de "los retos del próximo año".
Y luego está la dinámica social de la cena. Porque esto no es solo una cena; es un espectáculo. No lo llamemos organigrama, llamémoslo teatro corporativo. La directiva haciendo su tradicional esfuerzo de parecer cercanos, soltando discursos vacíos que empiezan con “quiero agradecer a todos por su esfuerzo este año” y terminan en un brindis que no significa nada. Mientras, tienes al típico compañero baboso que aprovecha cada pausa para soltar halagos incómodos o reírse exageradamente de chistes mediocres. Porque sí, siempre hay un baboso. Ese que se cree encantador, pero que en realidad lo único que consigue es que pongas cara de póker mientras te preguntas si realmente existe alguien en el mundo que se lo trague.
Por si fuera poco, irte de estas cenas es una misión digna de un guion de espías. Porque no basta con decir “me voy”. No, siempre hay alguien que se siente en la obligación de intentar retenerte: “¿Ya te vas? ¡Venga, quédate un rato más! ¡Si ahora viene lo mejor!”. Y ahí estás, atrapada en una absurda negociación social, como si irte a casa fuera un acto de traición hacia el equipo.
Pero aquí viene el giro: ya no estoy en ese juego. Porque he hecho bien las cosas. He trabajado mucho, he currado en más de un sitio a la vez, me he esforzado durante años, y sí, he conseguido salir de esta puta mierda. Ser IF (independiente financieramente, para las curiosas) me permite mirar esta pantomima desde fuera y sonreír. No necesito esta cena, este postureo ni este ambiente falso para sentirme bien conmigo misma.
Mi plan es mucho más simple, mucho más feliz, y, sobre todo, mío: una pizza perfecta, una peli en Netflix y mis gatos ronroneando cerca. Porque cuando trabajas duro, haces las cosas bien y te liberas de estas absurdas cadenas sociales, descubres que la verdadera cena especial no necesita aplausos ni discursos. Solo tranquilidad, masa fina y tu paz mental ganada a pulso.
Dicho esto, también es cierto que, dentro de lo malo, hay algo importante que no podemos olvidar: si estás yendo a una cena de empresa, es porque tienes un trabajo. Y, aunque esa fiesta pueda parecer una pantomima, es mejor estar ahí que no poder ir porque te encuentras en una situación complicada. A veces, el contexto pesa más que la experiencia.
Agradece lo que tienes, porque quizás sea mucho más de lo que crees. Agradece a las personas que te muestran afecto, aunque sea en pequeñas dosis, porque son las que hacen que ese rato sea más llevadero. No te sientas tan mal por formar parte de ese espectáculo. Al final del día, tener trabajo ya es algo que muchos desearían ahora mismo.
Eso sí, este no es mi caso. Yo estoy en otra pantalla. Pero es una pantalla a la que se puede llegar. Con esfuerzo, con disciplina y con la firme convicción de que hay algo mejor. Porque, aunque estas cenas no sean mi definición de felicidad, entender lo que tienes y valorarlo sigue siendo la base para llegar más lejos.