Le informamos que en esta Web utilizamos cookies propias y de terceros para recabar información sobre su uso, mejorar nuestros servicios y, en su caso, mostrar publicidad mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Puede aceptar expresamente su uso pulsando el botón de “ACEPTAR” o bien configurarlas y seleccionar las cookies que desea aceptar o rechazar en los ajustes. Asimismo, puede obtener más información sobre nuestra política de cookies aquí.

El diario del negocio digital y las tecnologías del futuro

19 Nov 202416:39

Blog
María Gutiérrez

Y detrás del ‘smartphone’… El mundo

Y detrás del ‘smartphone’… El mundo

Cada vez tenemos más pantallas delante y percibimos menos lo que está más allá de ellas. Nos ponemos cómodos y nos invade lo que podría llamarse miopía tecnológica o algo parecido. La cura podría ser sencilla: desviar durante un rato al día los ojos de una pantalla. Pero es duro, muchísimo. Yo no soy capaz de hacerlo durante más de 2 horas seguidas cuando estoy despierta. Y eso, porque me lo propongo con fuerza, porque si no, no paso de la media hora sin consultar el móvil.

 

En estas últimas vacaciones de descanso familiar y festivo, tuve el placer de descubrir cómo mis hijos eran conscientes, por primera vez en su vida, de la miopía tecnológica. Fue un momento a mantener en mi memoria para siempre.

 

Imagina una típica escena de día normal familiar en un festivo o en un domingo. Cinco personas (dos adultos y tres niños), espanzurrados en los sofás del salón mirando cada uno su propia pantalla. De forma paralela, cacofonía de sonidos que no le importa a nadie. Cada uno nos sumergimos en nuestro mundo y tan sólo salimos de vez en cuando para coger algo más de la cocina, ir al baño o hacer algún comentario al aire sobre lo fantástico de lo que estás viendo. La comodidad extrema.

 

A media tarde, mi hijo mayor tuvo la lucidez mental de proponer ver una película en Netflix y ponerla en la TV, de forma que la viésemos todos a la vez en la misma pantalla. Mis hijos pequeños refunfuñaron un poco por tener que prescindir de Vegeta y de los Indonesios casi dos horas, pero al final sucumbieron a la presión familiar y aceptaron mirar a la TV para ver todos una gran película de Pixar: Wall-E.

 

La última vez que habíamos visto esta película fue en 2010, más o menos. Por aquel entonces mi hijo mayor tenía 6 años, la mediana, 3 y el pequeño tan sólo 1. No recordaban nada, por lo que, para ellos, fue como verla por primera vez.

 

Pese a la tranquilidad de las primeras escenas, tributo al cine mudo, mis churumbeles gritaban cada vez que reconocían alguno de los iconos de Nueva York entre las montañas de basura. También se partían de risa con la cucaracha y con la escena cómica tipo “Mr. Bean” de la llegada de la nave con EVA. Todo era atención en la película. Eso ya me parecía una novedad.

 

Seguía avanzando el tema y los dos robots llegan a la nave de BNL y se tienen que separar, pues a EVA la llevan como en un cochecito.

 

Oye, y llegó el momento del descubrimiento. Fue en una escena sencillísima, en la cual Wall-E choca con una de las sillas flotantes, desequilibrándola. La persona que va en la silla nota cómo las pantallas que tiene delante de la cara se mueven y logra mirar por encima. Y... Empieza a ver el mundo, por primera vez en su vida.


Desde ese momento y en medio de toda la acción de la película, se ve cómo los humanos que han sido impactados por Wall-E en algún momento, empiezan a ver la realidad con sus propios ojos. Además, se descubren a sí mismos. Ven que otras personas están a su alrededor e...incluso...se tocan (la mano) con un respingo.

 

Los robots son los protagonistas de la acción, pero nada podrían haber hecho sin la sensibilidad de los humanos que fueron capaces de ver más allá de lo que era evidente, como el comandante que quería saber lo que era el mar y las semillas.

 

Mis hijos hablan cada día de esa película desde que la vieron. Hacen referencias a cómo los humanos podemos llegar a ser como bebés si nos lo hacen todo, o de cómo nos quedamos atontados bebiendo en pajita y siguiendo el camino del mínimo esfuerzo. Y ya tienen claro de que no quieren llegar a ser así. Espero que ese aprendizaje no se les olvide pronto.

 

Porque los humanos somos muy sensibles a querer una vida cómoda, aunque sepamos que no es lo mejor para nuestro desarrollo profesional y, sobre todo, personal. Está bien que aprendamos, y que recordemos habitualmente, que una vida plena no es necesariamente una vida en un sofá delante de una pantalla. Se puede hacer mucho más.

 

Y con la tecnología de nuestro lado, nuestras posibilidades parecen de ciencia ficción.

O, si no, que se lo digan a los tripulantes del Apollo XI cuando llegaron a la luna con un ordenador menos potente que tu móvil. ¿No crees que debemos utilizar la tecnología para algo más que para acomodarnos delante del móvil?

...