Todo aquel empresario o empresaria que se sumerge en la industria digital quiere romper moldes. Se exploran nuevos modelos de negocio, se prueban nuevas tecnologías y se les da la vuelta a negocios tradicionales con el objetivo de llevar la innovación como bandera. El negocio digital en España saca pecho de su capacidad para innovar y las propuestas de valor del sector son cada vez más relevantes, pero esta capacidad de innovar y modificar los esquemas difícilmente se escapa de uno de los problemas más arraigados de nuestra sociedad: la brecha de género.
En la última edición del Mobile World Congress, uno de los eventos tecnológicos más relevantes de Europa, la presencia de panelistas femeninas apenas superaba el 30%. Los pesos pesados de la industria digital, entre los que se encuentran Telefónica o Mediaset, apenas visibilizan a la mujer en sus consejos de administración, y mucho menos en sus equipos directivos.
En el ámbito de la formación, apenas un 12% de las mujeres se decanta por cursar estudios relacionados con las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), mientras que ninguna de las start ups que consiguió un mayor volumen de financiación en 2017 está liderada por una mujer.
En nuestra posición de medio económico especializado en el negocio digital y en las tecnologías del futuro, no nos toca realizar juicios morales sobre un problema que lleva muchos años en nuestra sociedad. Pero sí nos vemos en la obligación de llamar la atención sobre la pérdida de valor que puede suponer para una empresa no aprovechar un talento clave.
Ninguna compañía (desde la gran empresa hasta la start up) puede permitirse cambiar sus cimientos para adaptarse a las nuevas tecnologías y no querer acaparar el mejor talento para ser lo más competitivo posible. Y el talento no distingue de género, ni de edad, ni de raza.