El monje del siglo XXI
No todos los que renuncian se pierden. Algunos encuentran silencio, una gata, y una vida sin reuniones

Hay quienes buscan el éxito escalando peldaños laborales, multiplicando tareas y vendiendo versiones sobrecargadas de sí mismos. Y luego está el otro tipo de persona. El que se bajó del juego, se mudó al silencio (con Wi-Fi), y encontró paz en la compañía de un gato y un calendario sin reuniones. Bienvenido al perfil del monje del siglo XXI: un ser asocial, productivo en secreto, y peligrosamente en paz (o no).
El entorno sagrado del ermitaño digital funcional
No hay velas. No hay incienso. Hay una pantalla, una silla vieja pero cómoda, y una gata que ejerce de jefa espiritual.
Este monje no medita al amanecer. Este monje se despierta cuando el cuerpo dice que ya tuvo suficiente.
No reza. No canta. Pero a veces murmura código, insulta en silencio a Google Docs, escribe muchas libretas y deja que el pensamiento fluya entre pestañas abiertas y cafés fríos.
La productividad, en este templo, no se anuncia. Sucede. Calladamente. En segundo plano. Mientras los demás siguen gritando sobre sus logros en LinkedIn, este ser escribe en Markdown y desactiva notificaciones.
El manifiesto no escrito (hasta ahora)
El monje del siglo XXI ha abandonado varias cosas:
– La necesidad de "escalar"
– Las reuniones innecesarias
– El networking performativo
– El miedo a desaparecer de vez en cuando
– Los días internacionales de algo que antes eran solo jueves
Y ha abrazado otras:
– La claridad que da el silencio
– La fidelidad de su gata
– El poder del "no disponible"
– El gozo de no tener que fingir entusiasmo
– El lujo de no saber exactamente qué significa “deconstruirse” y dormir igual de bien
La rutina es simple: cumplir con lo justo, vivir sin ruido, dejar que el tiempo pase sin rendirle cuentas a nadie. Y si hay que trabajar, que sea de forma inteligente, delegando a las máquinas lo que las máquinas saben hacer. Y pagar lo justo, que Hacienda ya se queda con bastante sin pedir permiso.
Ni jefes, ni likes, ni misiones
El monje digital ha hecho el viaje inverso. No quiere emprender. No quiere escalar. No quiere liderar equipos ni "impactar el ecosistema".
Quiere que el correo no se actualice solo. Que el día no empiece con una videollamada. Que nadie le pida "5 minutos" que en realidad duran 47.
Quiere existir. Respirar. Cuidar a su gata. Poner un partido de segunda división mientras automatiza su web. Y que nadie lo moleste con discursos sobre deconstrucción.
Ha dejado de competir. Ahora contempla. Y eso, en este mundo de burnout, postureo y políticas fiscales confiscatorias, es un acto de rebeldía sagrada.
El éxito pasivo-agresivo
Mientras otros corren, este monje observa. Mientras otros publican, él respira. Mientras otros construyen pirámides de productividad, él duerme una siesta sin culpa.
No se trata de no hacer nada. Se trata de hacer solo lo necesario, y hacerlo sin ruido. De aceptar que rendirse a la presión no es fracasar, sino elegir.
Y si el éxito existe, tal vez se parezca a eso: a un humano con una gata, una conexión estable, un partido de primera (o de segunda) y sobretodo cero interés en gustarle al algoritmo ni en seguir el calendario feminista institucional.